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El café del profe

  • Foto del escritor: Lobotomía
    Lobotomía
  • 24 abr 2019
  • 7 Min. de lectura

Durante los primeros meses de 2019, el congresista Edward Rodríguez llevó a la Cámara un polémico proyecto de ley para limitar la libertad de cátedra.


Por Angie Elizabeth Velandia Caballero.



En el salón de clase

Lunes primero de abril, 8:00 a.m.


Era la primera vez que me enfrentaba a un grupo de estudiantes que, a pesar de su edad, se veían mayores que yo: más altos, más fornidos, pero también más cansados quizás por la rutina, por el estrés o, simplemente, por las pocas ganas que tenían de recibir clase. Hace casi tres años que no estaba en un colegio y solo pisar el aula me trajo muchos recuerdos. Si bien era un colegio del Estado y mixto, todo lo opuesto del que me gradué se parecían mucho en lo físico: salones grandes con amplias ventanas y numerosos puestos, muchos en mal estado, pero ubicados en filas perfectas. Calculé unos 20 alumnos, punto a nuestro favor; esperaba 30. Pero como las apariencias engañan, entraron más y más, y fácilmente se pudo intuir quienes estarían dispuestos a escuchar y colaborar en las actividades.

No podíamos perder tiempo, bastante nos costó hacer que se ubicaran en mesa redonda; por lo que nos dispusimos a dar inicio a la charla. Nos presentamos, dándoles a conocer que hacíamos parte de un semillero de investigación y que el objetivo de nuestra visita era compartirles una charla acerca del posconflicto. Unos pocos ojos atentos nos interrogaban, otros en cambio (la gran mayoría) desviaban la vista manifestando la desaprobación de dicho tema.


Los primeros inicios de tensión para Angie a punto de iniciar el debate.




En la cafetería

Viernes 29 de marzo, 5:00 p.m.


- ¿Por qué es tan difícil hacer que los estudiantes de los colegios analicen la importancia de la política en nuestro país? – interrogaba a la joven docente, Angélica. Ella se tomó un tiempo para responder, con su voz clara y profunda me recordó el desencanto que tenemos por el mundo político (no solo los estudiantes, sino la ciudadanía en general) y lo que se vive alrededor de él: la corrupción, el engaño, el poder sobre los mismos pocos de siempre. Además de eso, Alexander Pulido, también docente, luego de escuchar atento mientras miraba un punto fijo, complementaba la idea haciendo alusión a la manera como los mismos profesores enseñan la política, haciéndola ver como algo aburrido que se limita a memorizar un montón de normas, sin tener en cuenta que la política es un ejercicio de nuestro diario vivir y que se puede y debe enseñar desde diferentes ejes. Yo, me limitaba a asentir no podía estar en contra de dicha afirmación.



Otra vez en el salón de clase

Lunes primero de abril 8:25 a.m.


La primera actividad buscaba, entre otras cosas, saber quiénes eran los más atentos. Mi compañero señaló a tres de los alumnos presentes indicándoles que se pusieran de pie, para nuestra sorpresa uno de ellos se negó a participar, un muchacho alto de contextura delgada que con un simple “nooo papi” se quedó mal sentado en su silla mientras observaba a través de sus lentes al otro alumno que ocuparía su lugar en el ejercicio propuesto: un juego de roles que buscaba resolver un conflicto cualquiera dentro del salón. Los muchachos empezaron a plasmar su punto de vista, podía observar como poco a poco se animaban más y empezaban a hablar. La mayoría de las opiniones apuntaban a resolver dicho conflicto por medio del diálogo, cosa que me causó un poco de gracia porque sabía que en muy pocas ocasiones esto ocurría, sin embargo, dichos comentarios abrieron paso a más temáticas que sin querer fueron generando un debate que no teníamos previsto para ese día, pero, que despertó aún más el interés. Casi gritando, los estudiantes compartían su punto de vista frente a diferentes temas como el perdón, el acuerdo de paz y la paz en sí; no nos cohibimos y no los limitamos, todas las opiniones eran válidas solo pedíamos una cosa: escuchar. Cuando caímos en cuenta nos quedaba muy poco tiempo, tuvimos que detener la fructífera charla para dar paso a la que sería nuestra última actividad con grado décimo.



Otra vez en la cafetería, a mitad del café

Viernes 29 de marzo, 5:30 p.m.


El lugar adornado y amenizado con música indígena parecía un escenario creado sólo para nosotros, esto ayudaba a que se desarrollara una charla enriquecedora. Tenía conmigo a dos profesores: por un lado, Angélica Fresneda, docente de sociales quien trabaja en el Colegio Orlando Fals Borda, del sector oficial; a pesar de su corta edad hablaba con mucha seguridad, siempre era la primera en responder las preguntas de una manera clara. Y por el otro Alexander Pulido, docente de filosofía y metodología de la investigación del colegio Richmond, quien si bien hablaba con mucha autoridad, al igual que Angélica, se tomaba un tiempo para responder, antes de hacerlo, analizaba los comentarios de su acompañante en aquella cafetería ubicada en el centro de la ciudad.


El motivo de mi entrevista era saber qué opinaban acerca de la libertad de cátedra dentro de las aulas; aquel día más que nunca, logré comprender el significado y la importancia de forjar mentes críticas ante el mundo (críticas no criticonas). A través de sus testimonios concluí que: Pese a que la libertad de cátedra es una ley estipulada en la constitución política de Colombia, muchas veces se ve limitada, bien sea por las normas o ideologías de una institución (mayoritariamente privadas, dónde se hace un seguimiento más exhaustivo de los contenidos) o por los mismos padres de familia que temen que sus hijos se enteren de ciertas cosas, “le tenemos miedo a la verdad” palabras de Alexander que ahora entiendo más que nunca.


Estaba conforme con la charla, siempre es grato compartir con buenas personas, pero, era un sentimiento diferente el que me invadía cada que escuchaba algo como: “el director me prohibía hablar de este tema… el padre de familia se quejaba por la metodología de la clase…no podía hablar de la teoría de la evolución, eso le correspondía al docente de religión…” me parecía alarmante escuchar este tipo de testimonios ¿Hasta cuándo ocurrirá esto? ¿Por qué el miedo a que se debata con los estudiantes? ¿Por qué el miedo a educar?


Cuando ya me estaba dando por vencida y dispuesta a aceptar dicha realidad hice una última pregunta: “¿Qué hacen ustedes desde sus clases para cambiar esto?” y menos mal lo hice, pues, con ello logré entender que existen diversas metodologías que se pueden desarrollar en las aulas para forjar un análisis profundo de las temáticas planteadas en la materia y que contribuyen a crear una sociedad más analítica.


Desde la institución de Angélica se implementa una propuesta pedagógica basada en el modelo de investigación del sociólogo Orlando Fals Borda, la cual pretende que los estudiantes por medio del uso del conocimiento busquen alternativas de solución a las problemáticas que acarrean la sociedad, especialmente a su realidad, su localidad, su barrio; fomentando el pensamiento crítico. A manera más personal, lo que hace Angélica desde su clase “Cátedra Orlando Fals Borda” es perseguir la construcción de un ciudadano sentipensante.


En el caso de Alexander, él ha podido tener espacios de reflexión política tanto dentro como fuera del aula, reflexiones que se hacen desde los conceptos que se trabajan en clase y están planteados en el curriculum.



¿Cómo terminó todo en el salón de clase?

Lunes primero de abril 9:45 a.m.


Finalmente, aprovechando que los muchachos se encontraban más sensibles luego del debate, les pedimos que realizaran una carta dirigida a una víctima del conflicto desde su postura. Unos se sentaron en el suelo, otros en las sillas y otros inclusive sobre los pupitres, cualquiera que hubiera entrado al salón en ese momento podría haber pensado que estábamos haciendo cualquier cosa menos algo productivo, y vaya que sí lo fue. Sin embargo, no todos hicieron el ejercicio, nuevamente (pero esta vez sin causar sorpresa) el muchacho “rebelde” decidió no ser participe de la actividad; se quedó sentado con una actitud un tanto desafiante observando a todos sus compañeros de manera analítica y un poco burlona. Transcurren alrededor de 15 minutos en los que los estudiantes confundidos se acercaban constantemente a preguntar: “¿pero entonces la carta es para quién? ¿y qué debe decir? ¿pero qué le escribo?” y ante todas estas y con la misma calma que se tuvo en la primera tratábamos de aclarar el objetivo de dicha actividad y con ello resolver sus dudas.


Cuando la última persona entregó su breve escrito realizamos nuevamente una mesa redonda en el suelo, esta vez para escuchar las reflexiones de cada uno respecto a la actividad, “y cuéntanos ¿por qué decidiste no hacer tu carta?” indagué a aquel insurrecto individuo “la verdad no creo que sea algo que pueda contribuir a la paz… son solo …palabras” miradas asombradas y confundidas se postraban sobre él, quien indiferente ante esto seguía argumentando la razón de su desobediencia, muchos lo interrumpían de manera escandalosa solo para decirle que estaba equivocado, otra vez se armó un debate que fue abruptamente interrumpido por el ruidoso timbre que le anuncia a los estudiantes el cambio de clase y a nosotros la hora de irnos.


Poco a poco se fue desocupando aquel amplió salón testigo silencioso de una incomparable experiencia.



Estudiante del colegio Tom Adams realizando una carta para las víctimas del conflicto.

La taza vacía en la cafetería.

Viernes 29 de marzo, 6:30 p.m.


Ya no tenía más preguntas, estaba feliz con el resultado de dicha conversación que se extendió otro poco, no recuerdo porque, pero terminé por contarles la actividad que realizaría a la semana siguiente con el semillero de investigación de la universidad “estoy orgulloso de ti” decía Alexander con un tono de voz inexpresivo pero que generó en mi un sentimiento particular e indescriptible, hasta ese día no creía que realizar charlas en un colegio fuera admirable.


Nos dirigimos a la estación de Transmilenio y mientras charlábamos acerca del papel de los profesores, un cielo nublado amenazaba con soltar una fuerte lluvia. Estando a la entrada de la estación “Las Aguas”, Alexander y Angélica se vieron obligados a sacar una sombrilla para cubrirse, ya eran alrededor de las 7:00 p.m. me despedí rápidamente agradeciéndoles por su tiempo para luego entrar en la estación y dirigirme a mi hogar, ellos por otro lado se sumergieron nuevamente en las calles de aquel concurrido sector.



Hoy, después de la experiencia

Sábado 20 de abril, 8:00 p.m.


Mientras escribo esto, no puedo dejar de recordar las emociones encontradas luego de mi paso por aquel alejado colegio hace dos semanas, la sorpresa que me llevé de aquellos muchachos. También recuerdo aquella charla con los dos docentes, no lo sabía en ese momento, pero sus palabras se convertirían en una ayuda enorme para mi experiencia como “profesora”.




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